Kaldi y las cabras

La historia del café empieza en los montes de Etiopía, en el siglo IX, con un pastor llamado Kaldi y un rebaño de cabras hiperactivas. Algo raro pasaba: después de masticar unas bayas rojas, los animales andaban saltando como si hubieran descubierto el secreto de la energía infinita.

Kaldi, con más curiosidad que miedo, llevó los frutos al monasterio más cercano. Pero los monjes, desconfiados y sin miras, decidieron deshacerse de ellos lanzándolos al fuego. Error. En cuanto los granos comenzaron a tostarse, el aire se llenó de un aroma irresistible. No tardaron en cambiar de opinión. En lugar de destruirlos, molieron los granos y prepararon una infusión.

El resultado: el primer café de la historia. No un simple brebaje, sino el comienzo de una revolución líquida que cambiaría el mundo.


Café en Yemen

En Yemen, los monjes descubrieron que el café los mantenía alerta en sus rezos nocturnos. Aquí nació la tradición de tostar y moler el grano.

Pronto, Mokka se convirtió en la capital del café, dándole su nombre al legendario "mokka". De un simple fruto silvestre, el café pasó a ser una mercancía codiciada. La revolución ya estaba en marcha.


Café en el Imperio Otomano

En el siglo XVII, el café era el alma del Imperio Otomano. Las cafeterías, apodadas "escuelas de sabiduría", eran más que un lugar para beber café: eran centros de debate, desde política hasta ajedrez.

El sultán Murad IV vio peligro en tanta conversación y prohibió el café. Error. La gente siguió bebiéndolo en la sombra, y la cultura cafetera solo creció. Callar al café nunca fue una opción.


Café en Europa
"Esta bebida de Satanás es tan deliciosa que sería un pecado dejarla solo para los infieles. Bauticémosla."

—Papa Clemente VIII

Cuando el café llegó a Europa en el siglo XVII, no todos lo recibieron con los brazos abiertos. Era la bebida de los infieles, decían. Hasta que el Papa Clemente VIII lo probó y lo bendijo.


Café en París y Londres

En París, el Café de Foy no solo servía café, servía revolución. Fue ahí donde Camille Desmoulins encendió la chispa de la Revolución Francesa.

En Londres, las cafeterías se volvieron las "penny universities": por un penique, café y conocimiento. Algunos de estos cafés crecieron hasta convertirse en gigantes como Lloyd’s of London o la London Stock Exchange.

De prohibido a esencial. El café ya no tenía freno.


Café en América

En la Guerra de Independencia de EE.UU., el café pasó de bebida a símbolo de rebelión. Los colonos boicotearon el té británico y abrazaron el café como declaración de independencia.

Las cafeterías no eran solo para beber: eran trincheras de ideas. Entre sus mesas, revolucionarios como John Adams y Benjamin Franklin conspiraban contra el dominio británico.

El café ya no solo despertaba cuerpos. Despertaba revoluciones.

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